Santo Domingo. Para que la corriente se multiplicara, los torturadores las amarraban, las desnudaban, despedazándoles su ropa a la mala, cogían una manguera de agua y cuando las mujeres estaban bien empapadas, les ponían corriente en los pezones.
A los lectores y lectoras de este artículo que se imaginen cuál sería su reacción si les dan una descarga eléctrica o les conectan una picana eléctrica en el pene, los pezones, los dientes, ojos, mucosas, los cabellos. Tengamos una imagen de lo que pasaron Tomasina (Sina) A. Cabral Mejía, las hermanas Mirabal y demás mujeres del 14 de Junio.
Si desesperante era la tortura física y psicológica del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), más grande era la resistencia contra la dictadura, ya que Sina revela que nunca ningún compañero cayó preso porque ella o las Mirabal lo delataran.
“Una lágrima no salió de mis ojos”, rememora doña Sina. Las mujeres aguantaban el suplicio y seguían desafiantes: en sus celdas cantaban –en alta voz– el Himno Nacional, canciones de cumpleaños para subir la moral a los hombres-revolucionarios presos. Eso desesperaba a los miembros de la dictadura y al propio Rafael Leónidas Trujillo Molina.
Tomasina recuerda que a ella la encerraron en una solitaria oscura, sólo escuchaba los gritos de los hombres cuando los torturaban. Ahí tenía dos latas: una donde le ponían la comida y otra para defecar y orinar.
Tomasina, compañera y compueblana de las Mirabal, fue apresada por estar seriamente comprometida en el atentado que se planeó para ajusticiar a Trujillo el 21 de enero de 1960, según narra el historiador Emilio Cordero Michel.
Cabral Mejía acudió a la Academia Dominicana de la Historia para dictar la conferencia “Las mujeres en el Movimiento Clandestino 14 de Junio”. Sus testimonios fueron recogidos por la Revista Clío.
La Virgen la salvó
Esta mujer, que su función era distribuir armas y bombas de niples entre los anti-trujillistas, salvó su vida porque la noche que fue detenida, a su llegada al Palacio de Justicia de Ciudad Nueva, se introdujo una imagen de la Virgen de La Altagracia en la plantilla del pie izquierdo.
“El policía que me recibió tenía un espejito redondo con una virgencita por detrás. Se lo pedí, y como él ignoraba las causas de mi detención, me lo dio. Me dio un periódico que me sirvió de colchón y frazada”, narró.
Sina estaba segura de dos cosas: Uno: que luego de ser encarceladas y liberadas dos veces, si ella y las Mirabal eran apresadas una tercera vez, las iban a matar: sólo un milagro de la Virgen las salvaba de una muerte segura.
Dos: que era segura la caída de la dictadura (era cuestión de horas).
Al estar segura que las iban a matar, trató de convencer a las Mirabal para que abandonaran el país juntas. Estas respondieron que para ellas era imposible, porque Trujillo iba a cobrar venganza con sus esposos, hijos, padres.
Sin novio
Al llegar al penal, Sina Cabral se sintió triste debido a que sus compañeras intercambiaban papelitos de amor con sus esposos y novios presos. Ella era soltera. Pero, al ser soltera, pudo irse del país sin temor a que su esposo e hijos sean atacados por los trujillistas.
Como Sina predijo con lucidez profética, mataron a sus amigas, las Mirabal y se derrumbó la dictadura.
El fin
Los revolucionarios estaban seguros que Trujillo había llegado a su fin porque hubo un incidente en el tribunal en que ciudadanos comunes, se lanzaron contra los custodios de Sina y las Mirabal. Se las querían arrebatar.
Eso significa que la gente del pueblo le había perdido el miedo a Trujillo. Se “jartó” de él. Ocurrió que los carceleros, los torturadores del SIM también sabían que el régimen se derrumbaba. Cuando hablaban con los revolucionarios encarcelados se lo hacían saber y les decían, a Sina y las Mirabal, que si ellas los iban a perseguir y que ellos sólo cumplían órdenes superiores.
Nunca en el mundo ha habido mujeres con tanto decoro, que sus carceleros encargados de ponerlas en la silla eléctrica (ellas con grilletes), les temían. Estas mujeres derrumbaron la dictadura, mandaron al carajo o a la mierda una dictadura de 31 años.
Por Roberto Valenzuela
Todo tiene su final, nada dura para siempre. Tenemos que recordar que no existe eternidad.